Un día en Istiklal

Llueve, pero nada frena el ritmo de esta ciudad, Estambul, y menos de su calle más importante, Istiklal Caddesi.

Desde mi habitación veo como corre la gente a refugiarse en las tiendas y en los entrantes de los edificios, hoy es domingo pero mayoría de las tiendas están abiertas. En el día de hoy algunos comercios deciden descansar por la mañana y otros por la tarde. Pero es tal la cantidad de tiendas que hay, que apenas se puede apreciar la diferencia entre el domingo de descanso y la locura de los viernes por la noche. Porque Istiklal no descansa, no puede, me recuerda a un joven hiperactivo. Corriendo, yendo y viniendo de un lado para otro, siempre con quehaceres que no se pueden dejar para otro momento. Y cuando, a eso de las diez, todas las tiendas dedicadas a atender el exterior de las diferentes partes del cuerpo humano cierran, comienza otro estadio del día: el dedicado al interior. Los bares, restaurantes, pubs y discotecas se llenan.

La cena es la comida más importante para esta calle, porque aunque se diga que la hora de comer es la una, es tal la cantidad de gente que hay, y con tan diferentes ocupaciones, que se puede ver a la gente almorzando desde las 12 de la mañana hasta las seis de la tarde. Hora en la que otros comienzan a cenar. Los que comieron a las seis lo harán a las 10 o a las dos de la mañana si les apetece, porque si los restaurantes ya han cerrado, siempre se pueden comer unas castañas asadas o una mazorca de maíz también asada o hervida en un puesto ambulante.

Pero ¿por qué la cena es el mejor momento del día? Yo creo que es por el calor que necesita esta ciudad, el calor humano, el que se siente al estar con la familia o con buenos amigos. Las conversaciones inundan el sonido de esta ciudad. La música intenta ahogar este sonido en algunos sitios, pero definitivamente, no pueden hacerlo y se dedican a acompañar. A acompañar con sonidos europeos y con sonidos árabes. En un bar, música en directo de gitanos estambulitas, en el pub de la planta de arriba, rock internacional y ska turco. Y en la iglesia de San Antonio, concierto de la filarmónica. También es posible oír en la calle a un músico ambulante tocar la baglama o el Kemençe o a un grupo cantar música tradicional en frente de la entrada de el Tünel.

Ya ha parado de llover. Escucho ahora el chapotear de la gente con sus zapatos en el agua dejada por la lluvia. Zapatos de muy diferente procedencia y tipo. Se mojan las Camper o las botas de los campesinos que vienen a Estambul a tramitar algún asunto de negocios o porque tienen que pasar por esta ciudad para llegar a su destino, de Europa a Asia y de Asia a Europa, del norte al sur y de este a oeste, la antigua Constantinopla continúa siendo lugar de paso.

También se mojan los altísimos tacones que una musulmana lleva, y a los que acompaña, cubriendo su cabellera, un turbante de Louis Vuitton. O las humildes zapatillas con las que una niña corretea de aquí para allá, cruzándose entre la gente e intentando llamar la atención con el objetivo de que algún viandante le compre un paquete de pañuelos.

Desde la tercera planta del piso en el que vivo, en Turnacibasi Sokak, veo y escucho tres realidades de esta ciudad tan viva. Por una parte, la que ya he contado, la de la comercial Istiklal, por otra parte, la Turnacibasi, una calle llena de edificios antiguos, muchos de ellos abandonados, olvidados, que vivieron momentos de mayor esplendor allá por el siglo XVIII y que me recuerdan al Londres mencionado por Dickens en sus novelas. Romántico, sobrecogedor. Aún se puede notar el palpitar de sus fachadas, en sus paredes, recuerdos de sus antiguos habitantes y de las que hoy se han adueñado los gatos.

La otra realidad es la de Kartal Sokak una calle estrecha, pequeña, paralela a Istiklal y que corta por un lado con el Galatasaray Liceo y por otro Turnacibasi. En esta pequeña calle te puedes sentar en una de sus terrazas y fumar de una Narguile y tomar un Elma Çai. O un buen vino turco con una pizza a la italiana. O a lo mejor prefieren sentarse con su portátil y navegar por Internet tomándose un fuerte y cargado café turco debajo de una parra en la que aún se pueden ver las uvas secas. Ustedes deciden si prefirieren hacerlo solos o acompañados, porque sitio, siempre encontrarán en esta callejuela que tanto me recuerda a la cultura mediterránea.

Decidir con quién y cómo, o dejarse llevar por la marea humana… poder encontrar y disfrutar de un nuevo y diferente día, inimaginable… eso es lo que puede ocurrir en esta confluencia de sitios.

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